El valiente soldado de plomo


Habían veinticinco soldaditos de plomo que vivían dentro de una caja, cada uno de ellos parados de frente vestían uniformes y cargaban un fusil al hombro.
Cierto día lo primero que oyeron decir fue:
- ¡Soldaditos, soldaditos! - era el grito de un niño abriendo sus regalos en el día de su cumpleaños. Los sacó de la caja, y los ordenó uno al lado del otro dispuesto a librar una gran batalla.
A simple vista todos eran iguales; pero uno tenía la particularidad de poseer una sola pierna, esto se debía a que el fabricante se había quedado sin material para terminarlo. Esta diferencia fue lo que más le llamó la atención al niño que lo convirtió en su soldado preferido.
Todos los regalos estaban desparramados por todo el dormitorio. Desde su posición el soldadito de plomo de una sola pierna, alcanzó a ver por la ventana de un castillo de madera a una bailarina, vestida con un vestido de gasa con una gran lentejuela roja y brillante. En su paso de baile tenía una pierna alzada hacia arriba, el soldadito, que no podía ver ese detalle, supuso que ella tenía una sola pierna al igual que él, y por esta razón y por su belleza sintió que era la mujer perfecta para él y se enamoró de ella.
Cuando todos en la casa se fueron a dormir, comenzó la hora esperada por todos los juguetes: la hora en que juegan entre sí y se conocen. Se empezaron a librar batallas, los juguetes iban de un lado al otro, bailaban y hacian tanto ruido que despertaron al canario que se unió con su canto a la diversión.
Los únicos que no se movieron fueron la bailarina, que seguía rígida en su posición y el soldadito de plomo que no podía dejar de mirarla.
A media noche, de una caja de sorpresas salió disparado por un resorte un payasito con cara diabólica, este observó como el soldado miraba a la bailarina y le dijo al soldadito con toda maldad que le prohibía que la mire. El soldado no le dio importancia a sus palabras y el payasito enojado lo amenazó:
- Ya verás lo que te sucederá mañana por no hacerme caso -
A la mañana siguiente cuando el niño ordenó su dormitorio colocó al soldadito sobre un estante encima de la ventana. Al abrirla el viento arrojó al soldadito a la vereda. El niño corrió afuera pero no lo encontró y el soldado quedó atrapado entre una baldosa.
Más tarde unos niños que jugaban por ahí lo hallaron. Como quisieron hacerlo navegar construyeron un barquito de papel, pararon al soldado dentro de él y lo empujaron por la canaleta.
Había tanta agua estancada por las lluvias, que el barquito navegaba a toda velocidad, y aunque el soldadito sentía un poco de miedo seguía parado firme con el fusil en el hombro, actitud que como soldado valiente no podía abandonar.
Comenzó a llover y la corriente era cada vez más rápida, el soldadito y el barco cayeron en un estanque o un río, no podía darse cuenta bien donde estaba, solo vio como el barco se desarmaba y él se hundía.
En aquel instante pasó lo peor: un gran pez se le acercó y se lo tragó. Dentro de la panza del pez todo era muy oscuro, y a pesar de eso, el soldado continuó firme hasta que sintió un fuerte sacudón. Tiempo más tarde vio una luz y escuchó una voz familiar que decía:
- ¡Mira, un soldadito de plomo! -
El pez había sido pescado y llevado al mercado para ser vendido. La mujer que lo compró lo había cortado en dos partes para cocinarlo.
Que emoción la del soldadito al ver que la voz que había escuchado era la de la cocinera que trabajaba en la casa del niño, su dueño. Ahora el niño estaba feliz de haber recuperado su juguete, y para no perderlo de nuevo lo puso encima de la chimenea del salón.
Desde ese lugar el soldadito alcanzó a ver a la bailarina que ahora estaba en un mueble del mismo salón, pero esta vez ella también lo miró y le sonrió.
Sin embargo,  para desgracia del soldadito, el niño quiso tomarlo y perdiendo el equilibrio lo arrojó a la chimenea. El soldadito de plomo firme y con el fusil al hombro se derretía entre las llamas, sus ojos sólo miraban a la bailarina quien seguía con su mirada fija en él.
Y sucedió algo inesperado: una corriente de aire hizo volar a la bailarina que cayó junto a él, uno al lado del otro se sonrieron por última vez hasta que desaparecieron en las brazas.
Al día siguiente, cuando limpiaron la chimenea, encontraron entre las cenizas lo que quedaba del soldadito: un poco de plomo en forma de corazón y junto a él la lentejuela de la bailarina.