Pulgarcito (versión de Charles Perrault)
Erase la historia de un leñador y una
leñadora, que tenían siete hijos varones y eran muy pobres. Al hijo menor lo
llamaban Pulgarcito, por haber nacido del tamaño del dedo pulgar. Quizás por
ser tan pequeño, o por ser el menor, o porque
era muy callado, sus hermanos lo culpaban de todo. Por esta razón en su familia
lo consideraran un niño poco listo.
Llegó una época en que la pobreza fue tan grande que la
comida comenzó a escasear, sus hijos no estaban en edad de trabajar y el
leñador debía buscar la forma de resolver el problema. En cuanto todos los
hijos se acostaron a dormir le dijo a su mujer:
- Cada día tenemos menos comida y en cualquier momento moriremos de hambre, la única solución que encuentro es abandonar a los chicos en el bosque. Mañana los llevaremos a cortar leña, y cuando estén distraídos recogiendo las ramas escaparemos.
A la madre se le partió el corazón, no podía
imaginarse dejando a sus hijos en el bosque pero tampoco podían alimentarlos.
Llorando aceptó la propuesta del leñador y se fue a dormir.
Pulgarcito escuchó todo el plan de sus
padres. Como era tan pequeño se había escondido debajo de un mueble y nadie lo
vio. No sabía que hacer, pero tampoco se lo quería contar a sus hermanos para
no preocuparlos, así que se acostó en su cama y se quedó pensando en alguna
idea.
Al amanecer se levantó, fue a la orilla de un
arroyo a juntar piedras blancas, se llenó los bolsillos con ellas y volvió a su
casa.
Cuando estaban todos vestidos el padre los
llevó al bosque a cortar leña, ni bien
los hijos se apartaron unos metros para levantar las ramas, sus padres se
alejaron rápidamente. Los niños, con excepción de Pulgarcito, al darse cuenta
de lo sucedido lloraban desconsoladamente.
Pulgarcito en cambio, estaba muy tranquilo:
con las piedritas que había juntado había hecho un camino que los llevaría nuevamente
a su casa. Les contó a sus hermanos todo lo que sabía y los llevó de vuelta a
su hogar.
Mientras, el padre había recibido una paga
grande de una venta que había realizado, y aprovechando que ahora eran sólo dos
para cenar, mandó a su mujer a comprar tanta carne como nunca habían comido.
Comieron hasta saciarse y sobró como para alimentar a todos sus hijos.
- Mira toda la carne que ha
sobrado y nuestros hijos deben estar en el bosque con frío y
hambre, que malos
padres hemos sido – lloraba la leñadora – Como desearía que
estuvieran aquí –
continuó diciendo.
Y dicho esto, los siete hijos que estaban escondidos
debajo de la ventana, entraron corriendo a la casa gritando:
- - ¡Aquí estamos!
Fue tal la alegría de los padres, que ya se
sentían muy culpables, que los abrazaron y les calentaron toda la carne que
quedaba.
Sin embargo, lo días felices duraron tan poco como la
comida, ni bien volvió a escasear los padres tomaron la misma determinación de
abandonar a sus hijos.
Esta vez, Pulgarcito se había escondido
debajo de la cama porque sospechaba que algo podría suceder. Nuevamente se
levantó muy temprano para recoger las piedritas, pero sus padres habían cerrado
la puerta con doble llave y no pudo salir. Sin desesperarse pensó algo para
remplazar a las piedritas, y cuando la madre le dio un trozo de pan para el
desayuno se lo guardó en su bolsillo para tirar migas de pan por el camino.
Todo aconteció casi igual que la primera vez:
se fueron al bosque, los hijos se alejaron para recoger leña, los padres los
abandonaron, los niños lloraron mucho con excepción de Pulgarcito que se sentó
en un tronco a esperar a que se tranquilizaran.
Una vez que todos se calmaron, Pulgarcito les
contó sobre las migas de pan y rápidamente fueron a buscar el camino, pero con
gran decepción encontraron a varias palomas comiendo las últimas migajas.
Caminaron en vano varias horas intentando
encontrar su casa, pero cada vez se metían más adentro del bosque y se hacía
más oscuro. Llenos de temor de toparse con un lobo o algún otro animal, avanzaban
en silencio y asustados.
En un momento, Pulgarcito subió a un árbol y
a lo lejos pude divisar una luz. Bajó e intentó conducir a sus hermanos por el
camino que los llevara hacia ella.
Encontraron una casa, golpearon a la puerta,
y les abrió una mujer muy buena que se
conmovió cuando le contaron que se habían perdido en el bosque y no tenían
donde dormir.
-
- - Pobres pequeños, han llegado
a la casa de un ogro que se come a los niños – les dijo
la mujer.
- - Afuera nos comerán los lobos,
si pudieras convencer al ogro para que no nos haga
daño… – le suplicó
Pulgarcito a la mujer.
La mujer sintió pena por esos niños que
estaban con hambre y frío, los dejó entrar y los sentó al lado del fuego para
que se calentaran. Poco más tarde, escuchó los pasos del ogro que entraba en la
casa y escondió a los chicos debajo de la cama.
- - Ya casi está la comida – le
dijo la mujer al ogro.
El ogro se sentó en su sofá y acomodando las
piernas encima de la mesa le preguntó a su mujer:
- - Huelo a carne fresca –
- - Debe ser la ternera y el
cerdo que estoy cocinando – le respondió la mujer.
- - No, es carne fresca- Y
levantándose fue el ogro a mirar debajo de la cama. – ¿Me
querías engañar mala
mujer? Si acá hay carne para invitar a todos mis amigos – le
gritó el ogro
enojado.
- - Mejor deja a los niños para comerlos mañana que hoy
cociné mucha comida y se
echará a perder – le contestó la mujer que pretendía
ganar tiempo para proteger a los
niños.
- - Tienes razón, y mejor aún, sírveles mucha comida para que engorden.
Entonces la mujer se llevó a los niños a la
cocina y les dio de comer; era tal el
susto que tenían que habían perdido el apetito, y sin probar bocado, se fueron
a una cama ancha donde se acostaron todos juntos, al lado de otra cama igual
donde dormían las siete hijas del ogro.
Pulgarcito
no sintió lástima por ellas que, aunque eran pequeñas, eran tan malas como su
padre, y observando que tenían una corona de oro en sus cabezas se las quitó intercambiándolas
por los gorros de sus hermanos.
A mitad de la noche, el ogro que no podía
dormir pensando en esos niños, fue a buscarlos, vio los gorritos y sin imaginar que eran sus
hijas, se las comió. Cuando el ogro
volvió a su cuarto, Pulgarcito despertó a todos sus hermanos, quienes sin
perder tiempo huyeron por el bosque sin saber para donde correr.
A la mañana siguiente, la mujer se desesperó
al darse cuenta de lo que había hecho el ogro, quien enfurecido gritó:
- - ¡Ya me las pagaran esos
niños! – Se puso sus botas de siete leguas para lograr
atraparlos y salió a
buscarlos.
Estas botas estaban encantadas, y se llamaban
así porque siete leguas era el recorrido que hacían por cada paso que uno daba;
por esta razón en pocos minutos el ogro avanzaba velozmente hacia los hijos del
leñador. Pulgarcito se trepó a un árbol,
vio al ogro a pocos metros de donde se encontraban, y escondió a sus hermanos
detrás de unos arbustos.
El
ogro se detuvo a descansar. Pulgarcito, aprovechando que el ogro dormía, mandó a sus hermanos a su casa, y acercándose
al ogro le quitó las botas de siete leguas. . Estas botas también tenían otro poder: se
agrandaban o se achicaban según las piernas de la persona que se las pusiera,
por ello Pulgarcito se las colocó y le quedaron perfectas.
Pulgarcito había escuchado que el rey estaba
preocupado por su ejercito que estaba a más de 200 leguas, y de quienes hace
tiempo no recibía noticias. Se dirigió entonces al castillo, le propuso al rey traerle
novedades de su gente, y a cambio este le prometió pagarle una gran suma de dinero.
Esa misma noche Pulgarcito regresó al castillo y le contó al rey todo lo que
quería saber.
Feliz el rey le encomendó el mismo trabajo
varias veces, y con su oficio de correo ganó mucha plata para que toda su
familia pudiera vivir tranquila y unida.