La Cenicienta


                Esta es la historia de una joven que vivía junto a su madrastra y sus dos hijas. Estas tres, la maltrataban y la hacían trabajar desde la mañana hasta la noche en los quehaceres del hogar. Como solía estar cubierta de cenizas de tanto trabajar, sus hermanastras se burlaban de ella llamándola Cenicienta.
            Cenicienta en cambio era una mujer dulce y buena, y aunque su vida era muy triste nunca se quejaba.
            Un día, se corrió la voz por la ciudad de que el príncipe organizaría un gran baile en el Palacio. Todas las mujeres, principalmente las hermanastras, estaban emocionadas con la noticia y se pasaban todo el día probándose vestidos, zapatos y joyas para asistir a la fiesta y ser las más hermosas.
            Cenicienta miraba esos vestidos anhelando usarlos alguna vez, y cuando los tenía que coser y planchar, se los probaba a escondidas y soñaba que bailaba con un apuesto hombre.
            Y llegó la gran noche. Cenicienta desde la ventana de su dormitorio admiraba los carruajes y los elegantes vestidos que usaban las mujeres de la ciudad.
            En ese mismo momento, un hada se apareció delante de ella.
- ¿Quién eres? – preguntó Cenicienta un poco asustada.
- Tu hada madrina. Sé que sueñas con ir al baile y por haber sido tan buena cumpliré tu deseo. A ver a ver… – pensaba el hada - necesito un zapallo, seis lauchas y un ratoncito.
            Cenicienta sin preguntar para que, consiguió todo lo que su hada le pidió; salieron de la casa y el hada con su varita mágica convirtió el zapallo en una carroza, las lauchas en seis caballos y el ratón en un apuesto cochero. Luego tocó con su varita las sucias ropas que llevaba puesta Cenicienta y las transformó en un vestido tan hermoso como no había otro igual, y sus zapatos en unos de cristal.
            Antes de marcharse el hada le advirtió:
- Debes volver antes de medianoche, hora en que el hechizo se romperá –
            Al llegar Cenicienta al salón de baile todos los invitados se dieron vuelta para mirar a la bella dama, y las mujeres murmuraban envidiosas sobre quien sería esa mujer desconocida que no dejaban de contemplar los maravillados ojos del Príncipe.
            Cenicienta bailó toda la noche con el príncipe, y disfrutaba tanto de la fiesta que se olvidó de la hora.
            A medianoche el reloj sonó, Cenicienta se sobresaltó y corrió tan rápido que perdió uno de sus zapatitos de cristal al bajar por las escaleras. Al llegar afuera del salón, en lugar de encontrar su carruaje halló un zapallo y unas lauchitas jugando a su alrededor.
            El príncipe enamorado corrió tras ella sin poder alcanzarla. Volvió triste al Palacio, y al subir las escaleras encontró el zapatito y lo guardó.
            Al día siguiente, el príncipe ordenó a sus sirvientes que recorrieran la ciudad y le probaran el zapatito a todas las mujeres. De esta manera encontraría a la hermosa dama con quien deseaba casarse.
            Así fueron casa por casa hasta llegar a lo de Cenicienta. Aunque las hermanastras intentaron de todas formas ponerse el zapato, les resultaba imposible que sus grandes pies entrasen en ese delicado y chiquito zapatito, y lloraban por no ser las afortunadas que se casarían con el príncipe.
            Cuando los sirvientes se estaban por marchar, apareció Cenicienta y les preguntó si podía probarse el zapato.
- No pierdan el tiempo con Cenicienta, nunca le entrará el zapato – decía la madrastra mientras las hermanastras se reían.
            Sin embargo, tenían orden del príncipe de probarles el zapato a todas las mujeres que lo quisieran.
            Gran sorpresa hubo cuando el pie de Cenicienta se deslizó dentro del zapato de cristal hasta quedar perfectamente calzado. Del bolsillo de su delantal de cocina sacó el otro zapatito que entregó a los sirvientes mientras las otras tres mujeres la miraban con asombro y celos.
            Semanas más tarde el príncipe y Cenicienta se casaron organizando un gran baile para la boda y vivieron muy felices en el Palacio.