En una cabaña cerca del bosque vivía un leñador junto a su mujer y sus dos hijos: Hansel el mayor y Gretel la niña menor.
Hansel, escondido detrás de una puerta, escuchó la conversación y corrió a contárselo a Gretel.
-No te preocupes hermanita, yo te protegeré - consolaba Hansel a Gretel quien lloraba amargamente.
Al día siguiente, el leñador le pidió a sus hijos que lo acompañen a recoger leña. Le dio un pedazo de pan a cada uno y se encaminaron hacia el bosque. Hansel fue tirando migas de pan por todo el camino, con la intención de encontrar más tarde el camino de vuelta a su casa. Al ver Gretel lo que su hermano hacía, le convidó la mitad de su pan.
Luego de una larga caminata el padre les dijo:
-Ustedes junten leña por acá, que yo levantaré la que esta más allá- Los niños con una lágrima en los ojos asintieron sabiendo que no verían más a su padre.
Cuando comenzaba anochecer, Hansel buscó el camino de migas que había hecho, pero tan sólo encontró unas palomas comiendo lo que quedaba del pan. Ya sin poder volver a su hogar, se recostaron bajo un árbol. Tenían mucho miedo, se sentían desprotegidos, solos y el frío de la noche no les permitía dormir.
A la mañana siguiente, se levantaron y caminaron en busca de un lugar donde vivir y algo para comer. Cuando el cansancio y el hambre superaba sus fuerzas Gretel gritó:
- ¡Hansel, mira! - y señaló una casa ubicada entre grandes árboles.
Los dos hermanos se pararon frente a ella sin poder salir de su asombro. Nunca habían visto nada igual, no era una casa común, era una casa pintada de todos los colores y construida con los más deliciosos dulces y golosinas. La chimenea era de galletas de chocolate, las paredes estaban repletas de caramelos, las ventanas en lugar de tener macetas con plantas tenían enormes tartas de limón, manzana y chocolate.
No podían creer que fuera verdad. Hansel y Gretel se pellizcaban para comprobar que no estaban soñando. Se acercaron con cuidado y al no ver a nadie se abalanzaron a comer todo lo que veían.
- Coman, disfruten - Les dijo una viejita asomada a la puerta.
Los hermanos se asustaron y se alejaron de la casa, pero la anciana con una gran sonrisa los invitó a pasar.
Entraron y mientras la mujer les preparaba una cena exquisita los niños le contaron los sucedido. Comieron hasta el cansancio y se quedaron dormidos en unas camas tan cómodas como nunca habían conocido.
Pasaban los días y Hansel y Gretel engordaban con tanto dulce que comían.
Hansel fue el primero de los dos en engordar realmente mucho, y fue en ese momento cuando la viejita mostró quien era realmente: una malvada bruja que construyó esa casa para atraer a los niños y engordarlos para luego comérselos.
La bruja encerró a Hansel en una jaula, preparó una gran olla con agua e ingredientes donde lo metería a él más tarde. Le ordenó a Gretel que busque leña para prender el fuego y calentar la olla.
Gretel buscó la leña y mientras encendía el fuego pensaba como ayudar a su hermano.
Al notar que el agua hervía, llamó a la bruja y la engañó haciéndole creer que no sabía si el agua estaba caliente. La bruja se acercó a la olla para comprobarlo y Gretel con toda su fuerza la empujó adentro. Luego liberó a su hermano, llenaron unas canastas con comida y fueron en busca de su padre.
Al llegar a su hogar su padre, que había echado a la madrastra, se encontraba solo y triste, y al ver a sus dos hijos sanos se emocionó. Arrepentido de haberlos dejado en manos de una mujer tan malvada los abrazó, ellos lo perdonaron y vivieron muy felices.